Al corriente: mayo 19, 2016
En nombre de nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia Menonita Integrada de las Filipinas, así como de las iglesias de todo el sudeste de Asia, a las cuales represento como oradora de Jóvenes Anabautistas (YAB, según su sigla en inglés), quisiera saludarles con un afectuoso: “¡Buenos días!”
Hace diez años, también en julio, me despedí de este país donde viví durante un año como participante del Programa Internacional de Intercambio de Voluntarios (IVEP, según su sigla en inglés): nueve meses aquí en Pennsylvania y casi tres meses en Colorado. Considero a Estados Unidos como mi segundo hogar pues es el único lugar en el que he vivido fuera de mi país natal. Así que quisiera reunirme y saludar otra vez a los oriundos de Chambersburg, Pennsylvania, especialmente los que son de Shalom Christian Academy donde colaboré como voluntaria en 2004. Quisiera también saludar a los miembros de la Iglesia Menonita Marion, donde asistí varios meses con mi primera familia anfitriona.
A mediados de mayo de 2005 viajé a Divide, Colorado y trabajé en el Campamento Menonita de las Montañas Rocallosas o Rocosas (Rocky Mountains) durante casi tres meses antes de terminar mi año en IVEP. Así que, si alguno de ustedes estuvo allí en 2005, o fue campista ese verano, es probable que nuestros caminos ya se hayan cruzado, y me gustaría saludarles y reunirme nuevamente con ustedes durante esta Asamblea.
IVEP fue para mí una impresionante experiencia transformadora, que enriqueció mi cosmovisión y perspectivas sobre muchos temas internacionales, tales como la diversidad cultural y las prácticas religiosas. Fue durante IVEP que participé en muchas iglesias distintas, incluidas iglesias no menonitas de la fe cristiana. También, tanto en IVEP, como en la Asamblea Reunida del CMM en Paraguay, en 2009, pude comprobar y testificar que el modo en que adoramos a Dios en espíritu y en verdad, aunque con estilos muy diferentes, está muy influenciado por el trasfondo geográfico y cultural: desde los armoniosos himnos europeos a la música alegre de Asia; desde la música festiva de los sudamericanos a la dinámica danza de África. Ningún estilo está mal, sencillamente son distintos. Al entremezclarlos, Dios debe de estar sonriendo desde lo alto, cuando saborea el dulce aroma de la adoración que se eleva hasta su trono, ofrecida por sus hijos en todo el mundo.
De modo que, me pregunto: ¿Será que Dios llora cuando esos mismos hijos no pueden caminar juntos en paz? ¿Qué piensa Dios cuando nos ve caminar en medio de conflictos, luchando por reconciliarnos y, demasiadas veces, elegimos separarnos porque es la mejor opción?
El texto de la Palabra en el que quisiera basar mi respuesta a la presentación anterior, se encuentra en Efesios 4:1–7.
Demasiadas veces, la iglesia se regodea con la idea de ser una oveja, descansando en verdes prados junto a un arroyo tranquilo. Cuando otros rebaños se cruzan en el camino, a menudo huyen al otro lado de la cerca donde el prado parece “más verde”. ¿Y, si usáramos otra imagen de la iglesia, como un batallón del ejército del Dios vivo, como se describe en el himno “Firmes y adelante, huestes de la fe”?
Es desalentador que muchos cristianos en la actualidad no se comporten como soldados, sino que actúen como niños: polemizando, debatiendo, peleando, viviendo en medio de conflictos en la iglesia; y recurriendo a la división como la única solución a sus problemas. Y en lugar de multiplicarse a través de la fundación de iglesias, se extienden mediante la división de iglesias.
¿Qué le sucedió al cuerpo de Cristo que se mantenía unido en una esperanza, un Señor, una fe y un bautismo, que adoraba y servía a un solo Dios y Padre de todos? ¿Qué le sucedió al entusiasmo de mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz? Permítanme discutir tres puntos que ocasionan conflictos en la iglesia. Primero, suceden cuando el cuerpo de Cristo se vuelve presumido, reflejando la cultura selfie (de la autofoto) y la tendencia narcisista de la moda actual; y, tratando las cuestiones menores como mayores, y las cuestiones mayores como menores. La iglesia tiene conflictos cuando pierde noción de los propios cimientos sobre los cuales está construida, o aun peor, debido a su arrogancia, construye su propio fundamento. Por último, los conflictos en la iglesia suceden cuando los soldados de Dios deponen toda su armadura y se rinden en la lucha.
N°1: Cultura selfie
En Efesios 6:10–18, el apóstol Pablo exhorta a las iglesias de Éfeso a ponerse toda la armadura de Dios a fin de combatir las artimañas del diablo. Los soldados cristianos son llamados al ejército del Dios vivo a luchar en una guerra espiritual. El problema es que el enemigo se disfraza tan seductoramente que muchos cristianos no lo reconocen, al grado que el mismo soldado cristiano termina atacando no al enemigo, sino a otro compañero.
N°2: Jesús, nuestro fundamento
Para que la iglesia viva mediante el vínculo de la paz, no debe dejar de aferrarse al fundamento sobre el cual está construida, “porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Corintios 3:11). En ocasiones, la iglesia cree que incluir a Jesús (el fundamento mismo de nuestra fe) en su estructura no es algo bueno para la generación joven. Sólo causaría discordia con los que suscriben otras creencias, y una mención osada de su nombre impediría el crecimiento de la iglesia. Por tanto, la iglesia pone a Jesús entre bastidores y le advierte que se quede en las sombras, en medio del frenesí de actividades y otros rituales religiosos. Y puesto que la iglesia ha dejado de lado el enfoque central y la única razón de su existencia, no es de extrañar que, cuando los individuos comiencen a atender sus propios asuntos, finalmente esto los lleve al conflicto.
A Jesús no le interesaba la religión. Lo único que él quería era un vínculo con la iglesia por la que murió. A menos que la iglesia vuelva a predicar el Evangelio de Jesucristo y su poder salvífico, seguirá impotente en medio del conflicto y del dolor. Recordemos que, “...el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden; en cambio, para lo que se salvan, es decir para nosotros, este mensaje es el poder de Dios (I Corintios 1:18, NVI).
N°3: Toda la armadura de Dios
Efesios 6:11 dice, “Pónganse” toda la armadura de Dios. A veces, la armadura puede ser una carga que impulse a los soldados cristianos a deponerla para “descansar”. Pero la batalla no es contra carne ni sangre sino contra poderes cósmicos y fuerzas espirituales de la maldad. Un verdadero soldado cristiano siempre está ceñido con el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado del Evangelio de la paz, el escudo de la fe, el casco de la salvación, y la espada del Espíritu. No luchan para provocar el conflicto, sino que luchan contra el conflicto para mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.
Jesús da paz, no como la paz que el mundo da. Nos ha llamado a la guerra, pero no a la guerra que provoca el mundo. Jesús nos llama a combatir las injusticias, conflictos y dudas. La buena noticia es que la batalla ha sido ganada en la cruz hace más de dos mil años, cuando Jesús murió y resucitó. Ha derrotado al enemigo conquistando la muerte y el infierno: resucitando a nueva vida para que la iglesia viva una vida victoriosa. ¿No podrá entonces hacer aun más que eso, y ganar esas batallas para nosotros?
Conclusiones
Iglesia, dejemos de soñar con una iglesia perfecta e ideal. A todos los soldados cristianos que andan por ahí, suenen el grito de batalla de la iglesia que Cristo ha redimido: la iglesia salvada por la gracia mediante la fe y no por medio de obras; la iglesia, que vive no con sus propias prioridades promoviendo la religión, sino más bien promoviendo un vínculo con el Salvador.
Permítanme concluir con una breve historia de una niña de Filipinas llamada Lenlen.
Los padres de Lenlen conocieron a los primeros misioneros menonitas en la década de 1970. De hecho, fue en una pequeña escuela bíblica donde sus padres se habían conocido y después se casaron.
Lo curioso fue que dos grupos de misioneros menonitas con creencias y prácticas divergentes llegaron casi en la misma época y establecieron iglesias por separado. La primera, [que tenía la escuela bíblica] se conocía como “liberal”, porque las mujeres no usaban vestidos largos ni se cubrían la cabeza, y cantaban cantos contemporáneos. La otra era “conservadora”; sus miembros llevaban un estilo de vida modesto, bastante parecido a la manera en la que vivían en América del Norte, y cantaban himnos.
Los padres de Lenlen, así como la mayoría de sus abuelos maternos y paternos, tíos, tías, primos y primas, decidieron unirse a los “conservadores” cuando ella tenía dos años de edad. Al crecer en esta iglesia, ella pensó que era la iglesia más “perfecta” y la única que obedecía exactamente lo que la Biblia decía en el más mínimo detalle: la vestimenta conservadora, el velo para cubrirse la cabeza, el ósculo (beso) santo, etc.
Sin embargo, algo terrible sucedió que cambió su vida y su percepción sobre esta iglesia “perfecta”.
Toda su familia materna, incluyendo sus abuelos, tías, tíos, primos y primas, se retiraron de la iglesia debido a diferencias irreconciliables. ¡Fue un éxodo enorme que me causó gran amargura! Había alrededor de nueve descendientes, y la mayoría estaban casados, tenían sus propias familias, siendo miembros activos de la iglesia.
Esto puso patas para arriba el mundo de Lenlen. Ella había escuchado a escondidas cuando los adultos hablaban sobre otros adultos de la iglesia, y desconcertada se preguntaba por qué estaban tan enojados y molestos con ellos, ¡principalmente con los misioneros blancos! Era algo trágico porque afectaba las relaciones mutuas de la familia.
Unos años más tarde fueron sus padres, incluyendo toda la familia de sus abuelos paternos, los que decidieron retirarse de la iglesia de los menonitas conservadores. Su padre, diácono ordenado de la iglesia, se llevó a la familia. Una de las principales razones era que en unos años, Lenlen habría de ingresar a la universidad, y los menonitas conservadores no se lo hubieran permitido. Así que, esta vez, su mundo ya de por sí al revés, se le vino abajo.
Esta decisión de separarse de la iglesia menonita conservadora cortó cruelmente el vínculo con sus amistades más estrechas e incluso la relación con su mejor amiga. Ya no se le permitía participar en los campamentos de jóvenes, orden que provino de los líderes de la iglesia, motivo por el cual fue más dolorosa. La razón que le dieron, incomprensible para ella, fue que podía influenciar a otros a que se fueran también de la iglesia. Este rechazo la enfureció porque no entendía de qué se trataba todo eso, y no podía comprender por qué los mismos líderes de la iglesia que decían que querían que toda la familia volviera, a su vez la marginaban al no permitirle que socializara y fraternizara con sus amistades.
Fue aun más doloroso para Lenlen porque su mundo giraba en torno a esa iglesia, incluso su escuela estaba dentro del mismo edificio. De hecho, para ella no había distinción entre la iglesia y la escuela. Así que cuando su familia se retiró de la iglesia, su mundo no sólo se le vino abajo, sino que desapareció, y ella se encontró flotando como en una burbuja.
Esa burbuja en la que flotaba sobrevivió a la nueva escuela y a la nueva iglesia adonde fue transplantada. Se sentía débil, confundida y retraída. Fue el período más oscuro, más triste y más desgarrador de su vida. Lo consideraba su “valle de sombra de muerte”. Lloró muchísimo, contenida y silenciosamente, en la profundidad de la noche, cuando todos en la casa estaban profundamente dormidos.
Por la gracia de Dios, después de varios años, su familia volvió a la iglesia de los menonitas “liberales”, donde sus padres habían sido miembros anteriormente. Poco a poco, ella logró recuperarse de la ansiedad de la separación de sus amigos de la iglesia de los menonitas “conservadores”. Comenzó a aceptar y amar a la nueva iglesia adonde se había transferido su familia e hizo nuevas amistades en la congregación. Pero, le llevó seis años poder estar finalmente feliz en una iglesia otra vez.
Lamentablemente, no sucede lo mismo con algunos de sus tíos, tías y otros amigos que sabe que han abandonado la iglesia. En la actualidad, algunos de sus parientes son personas “sin iglesia” y no tienen ningún deseo de unirse a una iglesia nuevamente. Lo que resulta más triste aún es que han escuchado hablar de Jesús, pero no tienen ningún vínculo con él.
Con esta historia, quisiera hacer un llamado a los líderes de la iglesia que son protagonistas de las luchas y conflictos de la iglesia. Ustedes tienen grandes responsabilidades y no podrán ganar esas batallas si: 1) se atienen a sus propias prioridades; 2) se olvidan de enfocar la mirada en Jesús, y 3) deponen toda la armadura de Dios porque están muy fatigados. Recuerden que hay niños y jóvenes que quedan atrapados en medio de los conflictos de la iglesia. Generalmente, son los que crecen odiando la iglesia. ¿Es de extrañar por qué estamos perdiendo a nuestros jóvenes en la iglesia?
Para aquellos de ustedes, especialmente a los jóvenes aquí presentes, que actualmente estén atrapados en medio de los conflictos de la iglesia, sepan que el amor de Dios es constante, nos cuida y acompaña. Permanezcan en su amor, ríndanse a él, y nunca pierdan de vista el Evangelio de Jesucristo. Recuerden siempre la obra concluida de Jesucristo en la cruz. Él ya ha obtenido la victoria sobre nuestros pecados y problemas. Nuestros líderes también son seres humanos. Necesitan nuestras oraciones y quizá incluso nuestro perdón.
No nos detengamos sólo en la muerte de Jesús, sino también disfrutemos de la victoria de su gloriosa resurrección. Mantengamos la mirada en él, en quien hallaremos sanación. Él es el autor y el perfeccionador de nuestra fe. Den una buena pelea por la fe, siendo soldados valientes y audaces.
Ya lo ven, mis amigos, yo también fui “víctima” de los conflictos y de la división en la iglesia. Yo era esa niña. Mi apodo es Lenlen.
—Remilyn G. Mondez, profesora adjunta de Inglés y estudiante de posgrado en Comunicación. En 2004 participó en IVEP, programa del Comité Central Menonita. Fue delegada de Filipinas en la Cumbre Mundial de la Juventud del CMM en Paraguay, en 2009.
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