Unidos en defensa de la vida, el agua vale más que el oro

Viernes a la mañana

Durante el tiempo de aislamiento que todos vivimos en el 2020, tuve la oportunidad de recorrer en bicicleta las montañas de mi ciudad natal cuando las leyes poco a poco se volvían más flexibles. Aunque aún no era permitido salir a las calles, podíamos salir unas cuantas horas para hacer deporte.

En medio de una pandemia la cual cambió radicalmente nuestras vidas, salir en mi bicicleta fue lo mejor que pude hacer para mantenerme cuerdo; disfrutaba cada recorrido, no sólo por la actividad física, también por la oportunidad de conocer los maravillosos paisajes que se ocultaban en las montañas de la bella ciudad de Ibagué, mi ciudad natal.

Cada mañana, aunque algunas veces con mucho sueño, me preparaba para salir a “rodar” con la ilusión de descubrir más de la bella obra de nuestro Creador; un nuevo paisaje colorido el cual fotografiar, una nueva vista desde lo alto de las montañas, humildes familias campesinas saludando y dando ánimo en las rutas y por supuesto, nuevos retos físicos. Me di cuenta que más que una actividad física, era una terapia que me brindaba paz mental.

Cada salida me confirmaba el porqué del superlativo el cual hace énfasis Génesis 1,31 “Y vio Dios que era bueno en gran manera”. ¡La creación de Dios es perfecta! Él puso cada cosa en su lugar, incluyéndonos a nosotros los seres humanos, Este versículo hace parte del relato del sexto día, el día en que la humanidad fue creada por Dios.

Estos paisajes que pude recorrer, la vegetación, fauna y también los seres humanos, somos parte de su creación. Todos juntos hacemos parte del superlativo usado únicamente al final del sexto día, a diferencia de versículos anteriores dónde finaliza cada día con “Y vio Dios que era bueno”

Luego de ser testigo de tan grandes maravillas, me pregunto: ¿Por qué entonces queremos destruir la obra perfecta de Dios? ¿Por qué como humanidad nos esforzamos tanto en arruinarla? ¿Será esto un reflejo de “la naturaleza pecaminosa”?

Estoy convencido que gran parte del daño es debido a la ambición de personas poderosas. Y sí, la ambición y la codicia son pecados que los llevan a pasar por encima de otros e incluso de la creación misma, sin importar el daño que causa para el beneficio de unos pocos.

Ya les he contado que mi ciudad está rodeada por imponentes montañas que esconden hermosos paisajes, riquezas y diversidad natural a la vista de todos. Bueno, casi todos.

Además de campesinos, comunidades indígenas y ciclistas, una empresa multinacional descubrió la riqueza de estas montañas, sólo que para dicha empresa esta riqueza es superficial, aunque se encuentre bajo la tierra.

Decidieron solicitar permisos para explorar y posteriormente explotar minas de oro a cielo abierto. Este lugar hermoso, repleto de diversidad, fuente de vida no sólo por el agua que desde allí nace, sino también por ser fuente de alimentos para gran parte de la región, ahora estaba en riesgo. Todo por la ambición del oro.

Por supuesto, las comunidades campesinas, indígenas y sociales se unieron para evitar este ecocidio sin precedentes en la región. Mi comunidad eclesial no fue ajena a esta problemática. La iglesia Menonita de Ibagué se unió a este movimiento que poco a poco se convirtió en símbolo de resistencia y amor por la naturaleza. Desde nuestro principio de velar por el cuidado de la creación, nos unimos a otros movimientos sociales con diferentes perspectivas y posturas de fe. Nos unió el amor por nuestros paisajes, el amor por la vida.

Palmer Becker, en su libro La esencia del anabautismo, nos recuerda los tres valores centrales, que según él, nos definen como anabautistas. Seguramente muchos estamos familiarizados. ¿Los recuerdas? Jesús es el centro de nuestra fe, la comunidad es el centro de nuestra vida y la reconciliación es el centro de nuestra tarea.

En esta experiencia que relato sobre las acciones de la iglesia Menonita en Ibagué, puedo ver reflejado estos tres valores.

Jesús como centro de nuestra fe para guiarnos en el amor a los demás y a la creación,

La comunidad es el centro de nuestras vidas por quienes nos preocupamos y ayudamos unos a otros, defendiendo nuestro territorio; y

La reconciliación es el centro de nuestra tarea, ayudando a unir personas con diferentes pensamientos y creencias en torno a una problemática específica.

Pero además de esto, la tarea de reconciliarnos no sólo con Dios y con nuestro prójimo, también con la naturaleza, nuestra hermana, creación de nuestro mismo Padre, la Pachamama, fuente de vida.

Gracias a Dios, y a la unión del pueblo se logró hacer una consulta popular para que no continuara la exploración, ni explotación del oro en nuestras montañas. Un proyecto que vendía la idea de desarrollo para la región, pero el pueblo decidió por el agua y la vida por encima del oro.

Soy consciente de que esto no soluciona el daño que nuestro planeta sufre hoy, pero es un ejemplo de algunos cambios que podemos lograr como comunidad, cuidando juntos la creación. Por supuesto que las pequeñas acciones también cuentan, mucho más si entre todos aportamos al cuidado del medio ambiente.

Finalizo preguntándoles, todos hemos oído alguna vez sobre reducir, reutilizar y reciclar.

  • ¿Qué estamos haciendo para dejar huella en nuestro entorno?
  • ¿Qué cambios hemos logrado en nuestras comunidades?
  • ¿Estamos impactando nuestros contextos con el valor anabautista de la reconciliación con Dios, las personas y la naturaleza y sobre todo, de su amor?

—Oscar Suárez, representante del Comité de YABs (Jóvenes Anabautistas) (2017-2022) para América Latina y el Caribe. Se desempeña como maestro del Colegio Americano Menno (una escuela menonita de Colombia) y líder juvenil de la Iglesia Menonita de Teusaquillo de Bogotá. Es miembro de la Iglesia Menonita de Ibagué, Colombia


Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en Octubre de 2022.

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