El Señor se acercó

Nací en un templo budista zen en 1934; fui la tercera hija. Mi padre fue entrenado en el Templo Eiheiji, la sede del Sotoshu, una secta del zen. Él siempre instruyó a sus hijos a procurar la virtud y el ser un ejemplo para otros.

Mi padre me enseñó que un templo es un lugar de consuelo para la gente de la aldea, pero las personas que son del templo no tienen hogar, por lo tanto yo juguaba en la naturaleza hasta que oscurecía y la luna sobre el lago me perseguía como si me dijera, “ven a casa”.

Con esta crianza estricta, me convertí en una niña modelo, llevando puesta una gruesa armadura moral.

Trabajé en servicios sociales donde mi éxito en la frontera de la innovación me hizo sentir bien todos los días.

Entonces, ocurrió lo más triste de mi vida: mi único hijo falleció en 1983.

Es cuando el Señor se me acercó por primera vez.

Sin embargo, no cambió mi actitud egoísta. Traté lo más que pude de no mostrar mi debilidad.

El Señor se me acercó por segunda vez en 1989. En una calurosa noche de verano después de discutir con mi jefe, me fui conduciendo enojada. A medianoche, me detuve frente a una iglesia; estaba tan furiosa que exigí ver al pastor.

A las 2 de la mañana de repente escuché un trueno y el terror me dejó en silencio. El pastor habló conmigo suavemente. “¿Estás bien? ¿Puedo leer la Biblia?”

De forma asombrosa la Biblia hablaba de defender mi rectitud. Era Romanos 12:10–20, y 13:1–13. Entendí que el Señor se acercó nuevamente a mí.

Me fui a casa con una sensación fresca y buena viendo el amanecer en el este. Ya que esa mañana era domingo, fui a la iglesia. El lunes en el trabajo todo había cambiado.

Tres meses más tarde, en 1990, dutante la pascua, fui bautizada.

Dos meses después de mi bautismo, el Señor se me acercó una tercera vez. Mientras oraba en una reunión de oración a las 5 a.m., sentí como si alguien me hubiese tocado el hombro. Me di vuelta y vi un afiche. “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros son pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lucas 10:2).

Cuando pregunté qué significaba, el pastor contestó que el Señor esperaba mi servicio. A pesar de mi experiencia, me pregunté si podría hacerlo. Entonces el pastor me preguntó si podría dejar mi trabajo y le contesté que renunciaría a mi trabajo con confianza.

Tres años después, me jubilé, ingresé en el Seminario Bíblico Evangélico de la Conferencia de los Hermanos Menonitas de Japón y comencé el ministerio a tiempo completo.

No había notado el llamado del Señor con su presencia, pero Él me preparó un nuevo camino 10 años después de la muerte de mi hijo.

El Señor se acercó a mí nuevamente cuando sufrí de una enfermedad que amenazaba mi vida, una hepatitis fulminante. Después de que el médico me dijera que me quedaban tres días de vida, tuve una visión en la que el Señor quitaba la sangre coagulada en mi hígado dañado.

El amor y la misericordia de Dios me sobrecogió, y Él salvó mi vida. Me di cuenta de que muchos pecados como la arrogancia, el egoísmo y la hipocresía aún estaban presentes.

En términos concretos, me llevó cinco años curarme. Sin embargo, a través de este sufrimiento, vi la imagen de Dios y escuché Su voz, las cuales fortalecieron mi fe.

¡Qué hermoso es el trato de Dios! Tal vez me hubiera sido imposible tener cierta fe sin el sufrimiento.

Al final, recuerdo el llamado a “volver a casa”.

Mi familia está comenzando a acercarse a Dios. Cuando mi hermano mayor (que es monje en un templo budista) fue operado en un hospital cristiano, hablé con él sobre cómo Jesús lo cuidaba. Mi sobrina se hizo cristiana, mi padre y otro hermano también tuvieron fe en la iglesia.

Mi sueño es abrir mi hogar para dar la bienvenida a los invitados así como el templo de mi niñez (Salmos 133).

—Mineko Nishimura es miembro de la Iglesia Mukogawa Christ, una iglesia Nihon Menonaito Kirisuto Kyokai Kaigi (de los Hermanos Menonitas) en Japón. 

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