Al corriente: diciembre 7, 2019
Quienes hemos visto de cerca la migración, sabemos que es un problema que nos atañe como pueblo de Dios.
Quien migra dejando su seguridad y comodidad, se expone a la adversidad y a un futuro incierto. Quien migra puede ser que lo haga por voluntad propia, pero la historia reciente nos dice que la migración actual es forzada. Hay circunstancias que obligan a las personas a desplazarse y aventurarse con cierta esperanza de que lo que suceda a futuro puedque a ser favorable para ellos y los suyos.
Para la mujer es una situación más difícil cuando decide emprender ese camino cargando a sus hijos menores para protegerlos de un ambiente desesperanzador, y el esfuerzo se duplica o triplica según el número de hijos.
Lo lamentable es que del otro lado del muro, de la barrera, de la frontera o como le llamemos, no se está encontrando esa idea, promesa o solución.
La realidad es que antes de salir ya algunos están advertidos; otros, mientras van de camino provocan una reacción negativa; puertas cerradas por decirlo de alguna manera.
El contexto
En Honduras, un promedio de 250 a 300 personas emigran a diario; según encuestas realizadas por la Comisión de Acción Social Menonita (CASM)*, la mayoría se va por situaciones que obedecen a la violencia, falta de oportunidades y reunificación familiar. Dentro de este grupo, hay jóvenes que se van con código verde, lo que significa que por diversas razones están marcados para morir; las noticias evidencian, a través de los periódicos, que los jóvenes en estas condiciones que regresaron porque su migración se frustró, están muertos.
En una entrevista, uno de estos jóvenes detenido para ser devuelto a su país, dijo lo siguiente: “Estoy consciente de que tengo orden de captura, y estoy aquí con mi madre y mis hermanos. Es cierto que maté a una persona miembro de una mara porque abusaba de mi mamá y mis dos hermanas; estoy amenazado y por eso nos vinimos. No importa si me matan a mí, pero quiero que mi familia esté segura.”
Otra realidad es el drama que viven las personas que regresan, que no les dan ni el derecho a cambiarse la ropa para regresar. Al momento de apresarlos, les quitan la ropa así de sucia como la llevaban y les ponen el uniforme de la cárcel, como si la migración no fuera un derecho humano. Al excarcelarlos a los dos o tres meses, les devuelven la ropa sucia con la que se tienen que venir de inmediato.
Mujeres y niños vienen llorando, madres con veinte días de haber dado a luz, en un viaje en el que hicieron un recorrido de catorce horas desde México.
Las Escrituras
Esta es la realidad que encontramos; usted y yo algo podemos y debemos hacer frente a esta situación.
La pregunta es, ¿qué queremos hacer? Bueno… cada quien decide cómo responder ante situaciones de la vida desde su papel como líder eclesial, líder comunitario, líder político, familia, pastor, amigo o ciudadano.
Para los hijos de Dios, él tiene una demanda de amor y obediencia.
“No hagan sufrir al extranjero que viva entre ustedes...” (Levítico 19:33)
Pero yo no lo hago sufrir, solo cerré mi puerta; es mi derecho. Solo me libro de la amenaza porque me pueden atacar.
No sé cuál podría ser una buena excusa, aceptada socialmente y hasta en el ámbito eclesial.
La realidad es que en la vida cristiana no hacemos lo que queremos, hacemos lo que debemos. La palabra es clara en esta situación específica.
¿Cómo debo comportarme respecto a la migración?
“Fui forastero y me dieron alojamiento” (Mateo 25,35): Dios en su palabra apela a la condición que nos sensibiliza, la empatía; pienso particularmente que es la mejor forma de comprender la situación que vive el migrante. Cuando procuro comprender cómo se sentirá la persona, la palabra de Dios dice: “También ustedes fueron extranjeros en Egipto” (Levítico 19:34a).
Dicho de otra manera, ustedes ya saben lo que se siente cuando no se está en su tierra, en la comodidad de su casa.
Conclusión
Hay que brindar amor, para identificarnos de la mejor manera con las personas que tienen la necesidad de migrar y con las que están sufriendo las consecuencias de la migración. Aunque ahora no nos afecte, sí quizá más adelante. Debemos tener una posición frente a este problema social, y lo mejor sería que siempre obedezcamos la palabra de Dios, les demos alojamiento, no las hagamos sufrir, nos pongamos en su lugar.
—Adriana Belinda Rodríguez, psicóloga, casada, integra la Comisión de Paz. Es estudiante de Teología en SEMILLA y miembro de la Iglesia Menonita “Caminando con Dios” en La Ceiba, Honduras, donde participa en la enseñanza. Dirige el Proyecto Paz y Justicia, organización de servicio social de la Iglesia Evangélica Menonita Hondureña, que promueve la cultura de paz.
Disertó en Renovación 2027, En pos de la justicia: Migración en la historia Anabautista-Menonita, en San Rafael de Heredia, Costa Rica, el 6 de abril de 2019. Este artículo es una adaptación de su presentación.
La Comisión de Acción Social Menonita (CASM) es una organización ecuménica que ayuda a fortalecer los procesos de democratización, y desarrollo local y regional en Honduras.
Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en octubre de 2019.
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