Al corriente: septiembre 23, 2022
Testimonios de África
De junio a julio de 2021, cuando mi esposo y mi madre se enfermaron a la misma vez, pasé por un período muy oscuro en mi vida. Mi madre falleció poco después en agosto.
Luego, de febrero a marzo de 2022, mi esposo se enfermó otra vez. Los médicos tardaron más de dos semanas en arribar a un diagnóstico. Mientras tanto, observé impotente cómo sufría: su cuerpo débil, sin comer, adelgazando, sudando a cántaros; casi desespero.
En esos momentos, la mente cuestiona y casi culpa a Dios. Entonces recordé que Dios nunca prometió una vida sin problemas (Salmo 34,19; Salmo 23,4) y recordé que no estaba sola y que necesitaba alzar mi mirada y clamar a Dios (Salmo 34,17-18; Salmo 55,22; 1 Pedro 5,7; Salmo 121).
Aprendí a no concentrarme en la situación, porque eso me llenaría de desesperación, a no concentrarme en mí misma, ya que entonces empezaría a sentir lástima de mí misma; a no buscar culpables, pues eso me llevaría a quejarme y a no enfocarme en el presente, ya que eso me haría perder la perspectiva de lo que Dios quería lograr en mi vida.
Aprendí que la esperanza es una actitud de optimismo: Dios es bueno (Éxodos 34,6); Dios está obrando para nuestro bien (Romanos 8,28); y Dios está en control (Salmo 22,25). Sobre todo, estos momentos oscuros tienen un principio, medio y fin; duran solo una temporada (Romanos 25,4, Hebreos 6,19).
Y en todo esto tenemos que recordar la grandeza de Dios y quiénes somos en Cristo.
Nunca puedo minimizar el poder de las relaciones familiares para superar este período sombrío, especialmente el aliento y el apoyo de mi familia biológica y espiritual, y la esperanza que crearon. ¿Qué sería de mí sin esta bendita esperanza en mi Señor? Mi esposo mejoró y nuestras alabanzas no son suficientes. Continúo esperando muchos días más de buena salud y felicidad.
—Virginia Makanza, Iglesia de los Hermanos en Cristo, Zimbabue
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