Más allá de la dominación y el control

El poder en el liderazgo de la iglesia: En busca de un compromiso común para edificar juntos la iglesia

Como comunión mundial de iglesias afines al anabautismo, compartimos el común compromiso de edificar juntos la iglesia. A la vez, reconocemos que la iglesia necesita líderes que se hagan responsables de guiar el rebaño. En medio de esta similitud, reconocemos que el poder se ejerce de diferentes maneras en diversos contextos del liderazgo de la iglesia. En el presente número de Courier/Correo/Courrier, escritores de toda nuestra hermandad consideran distintas maneras en que los anabautistas abordan cuestiones de poder en el liderazgo de la iglesia, las luchas y desafíos, y también las bendiciones y beneficios.

Más allá de la dominación y el control

Cada tanto me solicitan que haga un aporte a líderes locales, iglesias y organizaciones cristianas en cuanto a cómo lograr mayor fidelidad como cuerpo diverso y reconciliado, conforme a la intención de Dios. Hace algunos años habría respondido centrando mis energías en reafirmar la visión de  la comunidad cristiana según el Nuevo Testamento, en la que cada barrera ha sido derribada, primero entre judíos y gentiles, y por lo tanto entre cada barrera social existente, incluyendo nuestras divisiones raciales actuales. Podría haber comenzado señalando cómo el evangelio describe las implicancias radicales de la iglesia como una nueva sociedad muy diversa, en la que las viejas identidades de relaciones y redes son reconfiguradas por la obra de Jesús.

Teológicamente, aún creo que esto es verdad. Aunque, tal aplicación parecería omitir algunas de las fuerzas específicamente históricas y actuales que están presentes en la mayoría de las iglesias de Estados Unidos, y a las que raras veces se hace referencia. 

¿Será posible que nuestro principal problema no radique solamente en las diferencias y divisiones étnicas y culturales en Estados Unidos? ¿Será posible que el verdadero quid de la cuestión gire en torno a cómo se ha desplegado históricamente el poder entre cristianos en la iglesia y la sociedad en general?

En Estados Unidos, la iglesia nunca se ha arrepentido plenamente ni se ha apartado de la dominación racial que formaron sus prácticas y teología desde el siglo XVII. Claro que la esclavitud ha sido abolida formalmente, y su implementación posterior fue totalmente estigmatizada, pues ante la mera mención la mayor parte de la sociedad responde negativamente. No hace falta gran valor para examinar la historia de la esclavitud (cristiana) de los Estados Unidos de 1619 a 1865, y denunciar a la vez su incongruencia con las enseñanzas de Jesús.

Sin embargo, en la mayoría de las comunidades cristianas de Estados Unidos que se reúnen bajo el señorío de Jesucristo, todavía se necesita gran convicción para tratar con paciencia y honestidad temas tan sensibles, como las prácticas de la dominación blanca. Hasta el presente, tales prácticas se siguen dando en y por la iglesia, testimonio que escandaliza al mundo. La esclavitud ha desaparecido, pero la lógica del razonamiento racial que produjo el dominio y control de los blancos en las reuniones cristianas (y más allá de dicho ámbito), se mantiene intacta.

Debemos considerar por qué la iglesia estadounidense –incluyendo el anabautismo– no ha tenido la capacidad de entender el hecho de que el racismo es, en gran medida, un asunto teológico y del discipulado, aquejado por el despliegue de poder en la iglesia, e inconscientemente justificado por una mirada racial.

A muchos grupos cristianos les encantaría ser comunidades caracterizadas por una gran diversidad, que manifiesten la reconciliación que Dios ha logrado en Jesucristo. Sin embargo, pocas iglesias han estado dispuestas a abandonar el poder y control que gobiernan sus comunidades. Fundamentalmente, cuando personas “diversas” entran en estas comunidades “acogedoras”, deben convertirse teológica, cultural y socialmente a las normas establecidas. Como se suele decir, “la manera blanca es la correcta”. Estas normas no constituyen valores cristianos puros, ajenos a las normas sociales y culturales; no obstante, a menudo son empleadas y justificadas como si lo fueran.

En vez de practicar kenosis (Filemón 1:5-11), que sería despojarse de poder personal y animarse a una vulnerabilidad mutua con cristianos oprimidos y marcados por su raza para que pueda darse un encuentro de transformación mutua, el grupo dominante y controlador predomina sobre los demás. Siempre ha existido la tentación de cometer el error de preservar suficiente poder y control sobre las minorías raciales, lo que niega la posibilidad de una auténtica reconciliación, tantas veces deseada. La reconciliación va más allá del hecho de que entidades diversas compartan un espacio cada domingo de mañana. No ha habido reconciliación donde continúen la dominación y el “señorío”. Cuando a las minorías raciales, que han sido históricamente aplastadas y excluidas por las prácticas de poder dentro de la iglesia, no se les da un lugar a la mesa, y cuando el poder para tomar decisiones no se comparte de forma vulnerable, no puede haber una verdadera reconciliación. Cuando la voz del menos poderoso no tiene prioridad, y cuando la entidad local no está dispuesta a privilegiar su voz, el Reino de Dios no reina plenamente entre nosotros.

Al no tomar en cuenta la dinámica del poder que opera en las relaciones raciales en las comunidades anabautistas de Estados Unidos, fallamos en diagnosticar por qué fracasamos en avanzar más allá de un patrón estancado de conformismo racial, sin dar testimonio de cómo cedemos al poder de Dios en medio de nuestras debilidades humanas en esta área. En las comunidades anabautistas de Estados Unidos necesitamos ir más allá de la dominación y el control, hacia la solidaridad y reciprocidad de manera despojada.

Ha llegado el momento de reevaluar nuestra teología y nuestras prácticas, a fin de encarnar fielmente el camino de Jesús en una sociedad que establece diferencias en función de la raza. Probablemente, las congregaciones anabautistas sean más propensas que la mayoría a comprender que no debemos dominar o tratar con prepotencia a los demás. Pero debemos actualizar esta teología en respuesta a nuestras iglesias y denominaciones dominadas y controladas por blancos.

¿Cuál sería el resultado si las bibliotecas y púlpitos anabautistas, en vez de estar dominados por autores y oradores blancos, adoptaran y bregaran por la totalidad de los dones de la iglesia, especialmente los de aquellos que han sido históricamente dominados y marginados? ¿Cómo podrían nuestras iglesias hacer visible el Reino de Dios ante un mundo que nos observa, siguiendo creativamente la guía de un movimiento cristiano profético, integrado por los vulnerables e indefensos de nuestro día?

¿Podría ser que nuestros cultos comunitarios se vieran enriquecidos a partir de nuestra solidaridad cotidiana y convivencia junto a personas que han sido marginadas sistemáticamente a causa de su raza? ¿Cómo el anabautismo contemporáneo, que surgió en el siglo XVI como un encuentro visible de discípulos comprometidos con seguir a Jesús –en su mayoría oprimidos económicamente– podría renovarse por medio de un renunciamiento a la dominación blanca, al control y al “señorío” sobre otros? ¿Cómo se podría procurar el shalom y bienestar de aquellos dentro y fuera de nuestras comunidades cristianas?

Drew G. I. Hart se autodefine como anabautista negro; es blogger de MennoNerds y ex pastor de la Iglesia de los Hermanos en Cristo de Harrisburg (Pennsylvania, EE.UU.). Es estudiante de doctorado, cuyo trabajo de investigación se centra en la teología negra y el anabautismo.

 

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