Al corriente: octubre 7, 2014
Hace unos meses, tuve el privilegio de visitar nuestras iglesias en Malawi. Nos reunimos bajo un árbol, junto con los delegados de varias congregaciones locales de los Hermanos en Cristo, para adorar a Dios y conversar sobre nuestra comunión mundial. Después de un culto muy animado, tuve la oportunidad de hablar sobre lo que significaba seguir a Cristo en nuestra familia anabautista mundial. Luego, un pastor levantó la mano y preguntó: “¿Cómo podemos seguir a Cristo en un contexto de pobreza, desigualdad económica y graves carencias económicas?”
Era una pregunta difícil. ¿Qué podía responder, desde mi lugar de latinoamericano relativamente acomodado, a mis hermanos y hermanas inmersos en dicha realidad tan dura? En Malawi hay alrededor de 4.500 miembros bautizados que pertenecen a 46 congregaciones locales. Todos padecen una baja expectativa de vida, alta mortalidad infantil, aumento del HIV/ SIDA y falta de recursos económicos.
Teniendo en cuenta estos datos y pensando cómo respondería, me vinieron a la mente imágenes de los cuantiosos recursos económicos que tenemos en otras partes de nuestra familia mundial. Al retirarme, me quedó claro que esta iglesia ya tenía la respuesta: la generosidad que equilibra la desigualdad económica, brinda esperanza y maneras prácticas de superar dicha desigualdad. Unos días antes había participado de otro culto en Blantyre, una de las principales ciudades de Malawi. Quedé asombrado a la hora de la ofrenda. Todos los miembros (incluso los niños) pasaron al frente a dar su ofrenda. Ni una sola persona permaneció sentada. Me asombraron la alegría y esperanza expresadas en el culto que se celebró después de la ofrenda. Generosidad, pensé –generosidad de recursos y generosidad de espíritu al adorar a Dios– es la respuesta a la pregunta del pastor.
La generosidad es una acción que trasciende las desigualdades económicas, cuyo fruto es la esperanza. La generosidad demuestra que la situación inmediata se puede superar. Ésta es una de las razones por las que los dos temas –esperanza y desigualdad económica– están relacionados en este número de Courier/Correo/Courrier. A través de la generosidad, nuestra comunidad mundial puede hallar esperanza en medio de las desigualdades económicas. ¿Qué hacer para que esto se pueda lograr?
Primero, citando al teólogo alemán Jürgen Moltmann, podríamos “percibir las cosas no sólo como son sino también cómo podrían ser”. Es necesario que nuestra vida se oriente escatológicamente. Podemos vislumbrar el futuro revelado por Dios –un futuro sin desigualdades económicas– y, a la luz de ello, denunciar, criticar y buscar las maneras de cambiar las circunstancias actuales que contradicen dicho futuro. Tal como manifiestan Johannes Baptist Metz y James Matthew Ashley en su libro, Faith in History and Society (La fe en la historia y la sociedad), la inminente llegada de un punto final en la historia –un punto en el que la justicia y la restauración serán una realidad presente– brinda esperanza y fortaleza a fin de transformar la realidad actual de injusticia, sufrimiento y opresión.
Segundo, es necesario que nos liberemos del mundo que nos rodea y resistamos sus presiones. El consumismo y la identidad basada en el materialismo son ídolos modernos que generan desigualdades. Los podemos destruir a través de la práctica de la generosidad. Moltmann, en Ethics of Hope (La ética de la esperanza), afirma: “Las personas que esperan la justicia y rectitud de Dios ya no aceptan la llamada fuerza normativa de lo que es un hecho, porque saben que un mundo mejor es posible y que los cambios son necesarios en el presente. Ser capaces de esperar significa resistir las amenazas y seducciones del presente, y no dejarse caer en el conformismo”.
Tercero, debemos encontrar una nueva identidad y hermandad. Esta nueva identidad debe ser más importante para nosotros que nuestra antigua identidad. “Antes que nada, somos cristianos, y solamente después de ello somos miembros de nuestro país en particular”, concluye Moltmann. Esto significa que debemos desarrollar una mentalidad consecuente con el Reino de Dios, en vez de una mentalidad nacionalista. Empecemos a pensar como ciudadanos de una nueva nación donde no haya una brecha entre ricos y pobres, y donde la igualdad económica exista entre todos. Empecemos a experimentar hoy la realidad de este nuevo Reino entre nosotros. Nuestra iglesia está llamada a ser un anticipo de dicho Reino. Vivámoslo aquí y ahora.
César García, secretario general del CMM, tiene su oficina en la sede central en Bogotá, Colombia
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